Cuando Vladimir Putin fue nombrado primer ministro, muchos pensaban que el desconocido jefe del ex-KGB continuaría las reformas democráticas tras la caída de la Unión Soviética. Pero desde entonces impuso su poder unipersonal y veinte años más tarde parece decidido a conservarlo.
Tras haber marginado a todas las voces críticas, el exagente de los servicios de inteligencia de 66 años, popular por devolver a Rusia a un lugar preponderante en el escenario internacional y logrado cierta de estabilidad, no piensa dejar que la oposición asome la cabeza.
Los analistas veían en él a un representante de los servicios de inteligencia capaz de poner fin a la inestabilidad política y a la revuelta en el Cáucaso.
Debilitado, el por entonces presidente, que renunciaría el 31 de diciembre en favor de su delfín, explicó a la televisión que Putin se encargaría de “consolidar la sociedad” y “garantizar la continuación de las reformas”.
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